martes, 5 de agosto de 2014

Literatura, mal, inquietud, desasosiego

                                               
                                  
Autor:          Georges Simenon
Título:         La nieve estaba sucia
Editorial:     Acantilado
Año:            2014 (1948 primera edición)   
         
Autora:        Ana María Matute
Título:         Primera memoria
Editorial:     Planeta
Año:            1999 (1959 primera edición)



   Siempre he estado convencido de que la Literatura (y el arte en general) existen porque existe el mal y, dentro de él, todo aquello que nos atormenta, asusta o inquieta, el espejo donde nos vemos reflejados y donde vemos también a los demás y, por lo general, no nos gusta.  Con las excepciones que queramos poner, si nos atenemos a las grandes producciones artísticas de la Humanidad, hemos de concluir que pocas veces merece la pena un libro, un cuadro o una sinfonía si no nos inquieta, perturba o desasosiega (por supuesto, no hablo aquí de pasar el rato o matar el tiempo, sino de vivir una experiencia que nos va a hacer seres humanos más completos).

   Los dos libros que comento son muy distintos en su estilo, sensibilidad y mirada narrativa, y también en la idiosincrasia de sus autores, pero se parecen porque expresan o son ejemplos perfectos de la reflexión contenida en el párrafo anterior.  El de Simenon, que se aparta en el género de los libros más conocidos de su autor, nos muestra el mal en el mundo de los adultos, representado por un joven crápula e inmoral que comete todo tipo de fechorías amparándose en una especie de salvoconducto que le asegura impunidad ante los ocupantes extranjeros que dominan la ciudad en que vive (el contexto es la ocupación alemana en Francia durante la Segunda Guerra Mundial).  Insensible al sufrimiento y estrecheces económicas de sus vecinos, goza, sin embargo, de una muy buena situación gracias al negocio de su madre, un prostíbulo, de cuyas trabajadoras también abusa y a las que desprecia.  Aunque todos los habitantes de su edificio lo aborrecen, tanto a él como a su madre, no parece que eso le importe y continúa con su vida, que incluye visitas constantes a un bar vecino y correrías nocturnas para matar y robar.  La novela discurre morosa regodeándose en los detalles y con una considerable distancia e impersonalidad en la manera de contar, hasta que, como en Crimen y castigo, de Dostoievski, las cosas se le tuercen al protagonista que, encarcelado, comienza un  proceso de purificación o penitencia que lo redime como ser humano gracias a una muchacha a la que él había maltratado e intentado prostituir, pero de la que, de alguna manera, se había enamorado.  En el haber estético de la novela y colaborando eficazmente  a la expresión de la maldad, hay que apuntar la pintura del espacio: una ciudad fantasmagórica, casi siempre nocturna y sucia, y unos espacios interiores reducidos y agobiantes.



   En cuanto a Ana María Matute, recientemente fallecida, diré que lo primero que siempre me llamó la atención de ella fue el contraste entre la tremenda dureza e incluso ferocidad de las historias que escribió centradas en el mundo infantil y el carácter amable, diríamos de “abuela encantadora”, que trasmitía en sus entrevistas y que la convertían en una mujer adorable.  Luego, cuando escuchabas lo que decía sobre su propia infancia, comprendías realmente lo que pasaba en sus libros.  Nunca podré olvidar su relato La chusma, un breve fogonazo de horror en forma de alienación, clasismo, insensibilidad y muerte.  Primera memoria es la narración de un año, aproximadamente, en la vida de Matia, una niña de catorce años que se ve obligada a vivir con su abuela, su tía y su primo durante el primer año de la Guerra Civil, ya que su madre ha muerto y su padre no se sabe bien dónde está, aunque se deja caer que simpatiza con la República.  El mundo infantil se convierte aquí en un turbio discurrir de situaciones –aparentemente juegos- ambiguas, donde la inocencia infantil  se va abriendo paso hacia un mundo de adultos que no se comprende bien.  Yo destacaría el retrato que se nos ofrece –que nos ofrece ella misma- de la protagonista: una niña inocente y desconocedora del mundo adulto, aunque extremadamente cruel en su caracterización de los seres que la rodean, pero que, gracias a Manuel –típico personaje de Matute: víctima de la crueldad de los demás, junto con los suyos, por oscuras razones sociales y familiares-, encuentra su punto sensible y la noción de justicia.  En se viaje interior al mundo adulto –también de Borja, su primo- se van intuyendo, más o menos difuminadas, las paradas o estaciones del cuerpo y del sexo, del amor y los celos, mientras en el exterior encontramos la guerra, la religión, la política y la marginación social, asuntos entrevistos por los protagonistas niños pero sin entenderlos del todo tampoco.  Todo ello, en fin, se plasma en una narración donde, debido al punto de vista, nada puede contarse por entero y donde son fundamentales las sensaciones y los recuerdos acerca de pequeños detalles, objetos o lugares que, como eslabones de una cadena, constituyen la sustancia básica de la novela.