Autor: Charles Simic
Título: Antología poética
Editorial: Visor
Fecha: 2019
He
leído esta antología de un autor desconocido para mí, del que también leí una
entrevista muy interesante en El País. Al margen de que cada vez me cuestiono más el
leer poesía traducida (si bien en este caso y cada vez con mayor frecuencia
podemos utilizar ediciones bilingües), a juzgar por lo que puedo leer en
castellano, estamos ante una propuesta poética de poesía narrativa: los poemas
son pequeños relatos o breves estampas descriptivas donde a veces salta una
chispa conceptual o estilística. En
general, se renuncia a la escritura poética
(que se deja para palabras sueltas o versos aislados) y se opta por un
lenguaje más neutro que transmite mejor lo cotidiano o el instante.
La Antología
tiene una fuerte unidad temática (la guerra, la muerte, el horror del siglo
XXI), en principio con un tono neutro, voluntariamente inexpresivo (al estilo
de Imre kertesch), pero que se resuelve en mordacidad, ironía y un tremendo
pesimismo contenido (cínico o desengañado).
He leído críticas que hablan de humor, juego y surrealismo. Júzguese por esta pequeña selección de los
textos que más me han interesado:
GUERRA
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de víctimas
la noche de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos.
MOTEL PARAÍSO
Había
millones de muertos; todos eran inocentes.
Me
quedé en mi habitación. El Presidente
Hablaba
de la guerra como de una mágica poción de amor.
Mis
ojos se abrieron asombrados.
En el
espejo mi rostro
Parecía
un sello de correos ya usado.
Vivía bien,
pero la vida era espantosa.
Había
muchos soldados aquel día,
miles de
refugiados atestaban los caminos.
Naturalmente
todos desaparecieron
en un
abrir y cerrar de ojos.
La
historia lamía las comisuras de su boca sangrienta.
En el
canal de pago, un hombre y una mujer
se comían
a besos y se arrancaban la ropa,
mientras
yo los miraba
con la
televisión en silencio y el cuarto a oscuras
salvo por
la pantalla en la que el color
se volvía
demasiado rojo, demasiado rosado.
LO QUE
LOS GITANOS LE DIJERON A MI ABUELA CUANDO TODAVÍA ERA UNA JOVEN
Guerra,
enfermedad y hambre te harán
su nieta favorita.
Serás
como una ciega viendo una película muda.
Cortarás
cebollas y trozos de tu corazón
en la misma sartén.
Tus
hijos dormirán en una maleta atada con una cuerda.
Tu
marido te besará los pechos cada noche
como si fueran dos lápidas.
Los
cuervos ya se acicalan
para ti y tu gente.
Tu
hijo mayor se acostará con moscas en los labios
sin sonreír y sin mover un dedo.
Envidiarás
a cada hormiga que encuentres en tu vida
y hasta la maleza del camino.
Tu
cuerpo y tu alma se sentarán en peldaños diferentes
mascando el mismo trozo de chicle.
Muñeca,
¿estás en venta?, te dirá el Diablo.
El
sepulturero comprará un juguete para tu nieto.
Tu
mente será un avispero aun en tu
lecho de muerte.
Le
rogarás a Dios pero Dios colgará el cartel
de no molesten.
No
preguntes más, es todo cuanto sé.
LA ALARMA
Centenares
de ventanas se llenas de rostros
por algo
que ha sucedido en la calle,
algo que
nadie sabe explicar,
porque
no hubo ni camión de bomberos, ni un grito, ni
un disparo.
Y sin
embargo, aquí estaban todos.
Unos
tapándoles los ojos a sus hijos,
otros asomándose
y gritándole
a la
gente de los alrededores
con la
misma compostura y apariencia tranquila
de quienes
pasean los domingos
en algún
otro siglo, menos violento que el nuestro.
RECUERDOS DEL FUTURO
No hay
uno ni dos asesinos en cualquier multitud.
Todavía
ellos no sospechan su destino.
Las
guerras comienzan para que les sea más fácil
asesinar
a aquella mujer que empuja un carrito de bebé.
Los
animales del zoológico no ocultan su preocupación.
Caminan
a uno y otro lado de sus jaulas o se esconden de
nosotros
escuchando
algo que aún no podemos oír.
Los
hacedores de ataúdes están golpeando los clavos por
doquier.
Las
fresas están ya de temporada
y también
las cebollas de primavera y los rábanos.
Un
joven compra rosas, otro conduce
una bicicleta
entre el tráfico sin usar las manos.
Un
viejo compatriota que se inclina sobre la acera para
vomitar,
traslada
a vuestra merced a su propio lugar de tormento.
El
cielo en el ocaso está rojo como brasas candentes.
Una
mano en la agarradera grasienta de una olla se cierne
sobre todos nosotros
MIL NOVECIENTOS TREINTA Y OCHO
Fue el
año en que los Nazis invadieron Viena,
Superman
debutó en Action Comics,
Stalin
mataba a sus camaradas revolucionarios,
abrieron
la primera Dairy Queen en Kanakee, III,
mientras
en la cuna yo me orinaba en los pañales.
“Seguro
que fuiste un precioso bebé”, cantaba Bing Crosby.
Un
piloto a quien los periódicos llamaron “El despistado
Corringan”
despegó
de Nueva York hacia California
y aterrizó
en Irlanda, mientras yo veía a mi madre
sacarse
el pecho de su bata azul y acercarse a mí.
En
septiembre hubo un huracán que hizo que un teatro
en West
Hampton Beach acabara en el mar.
La
gente temía que fuera el fin del mundo.
Un pez
que se creía extinguido desde hacía más de setenta
millones de años
apareció
en una red en la costa de Sudáfrica.
Yo
estaba tumbado en mi cuna mientras los días eran cada
vez más cortos y fríos,
y la
primera nevada cayó de noche
silenciando
las cosas en mi habitación.
Pienso que entonces me oí llorar por mucho, mucho tiempo.