sábado, 12 de septiembre de 2020

Las guerras comienzan para que les sea más fácil / asesinar a aquella mujer que empuja un carrito de bebé

 Autor: Charles Simic

Título: Antología poética

Editorial: Visor

Fecha: 2019


Antología poética

He leído esta antología de un autor desconocido para mí, del que también leí una entrevista muy interesante en El País.  Al margen de que cada vez me cuestiono más el leer poesía traducida (si bien en este caso y cada vez con mayor frecuencia podemos utilizar ediciones bilingües), a juzgar por lo que puedo leer en castellano, estamos ante una propuesta poética de poesía narrativa: los poemas son pequeños relatos o breves estampas descriptivas donde a veces salta una chispa conceptual o estilística.  En general, se renuncia a la escritura poética (que se deja para palabras sueltas o versos aislados) y se opta por un lenguaje más neutro que transmite mejor lo cotidiano o el instante. 

   La Antología tiene una fuerte unidad temática (la guerra, la muerte, el horror del siglo XXI), en principio con un tono neutro, voluntariamente inexpresivo (al estilo de Imre kertesch), pero que se resuelve en mordacidad, ironía y un tremendo pesimismo contenido (cínico o desengañado).  He leído críticas que hablan de humor, juego y surrealismo.  Júzguese por esta pequeña selección de los textos que más me han interesado:

 

GUERRA

 

El dedo tembloroso de una mujer

recorre la lista de víctimas

la noche de la primera nevada.

 

La casa está fría y la lista es larga.

 

Todos nuestros nombres están incluidos.

 

 

MOTEL PARAÍSO

 

Había millones de muertos; todos eran inocentes.

Me quedé en mi habitación.  El Presidente

Hablaba de la guerra como de una mágica poción de amor.

Mis ojos se abrieron asombrados.

En el espejo mi rostro

Parecía un sello de correos ya usado.

Vivía bien, pero la vida era espantosa.

Había muchos soldados aquel día,

miles de refugiados atestaban los caminos.

Naturalmente todos desaparecieron

en un abrir y cerrar de ojos.

La historia lamía las comisuras de su boca sangrienta.

 

En el canal de pago, un hombre y una mujer

se comían a besos y se arrancaban la ropa,

mientras yo los miraba

con la televisión en silencio y el cuarto a oscuras

salvo por la pantalla en la que el color

se volvía demasiado rojo, demasiado rosado.

 

 

LO QUE LOS GITANOS LE DIJERON A MI ABUELA CUANDO TODAVÍA ERA UNA JOVEN

 

Guerra, enfermedad y hambre te harán

   su nieta favorita.

Serás como una ciega viendo una película muda.

Cortarás cebollas y trozos de tu corazón

   en la misma sartén.

Tus hijos dormirán en una maleta atada con una cuerda.

Tu marido te besará los pechos cada noche

   como si fueran dos lápidas.

 

Los cuervos ya se acicalan

   para ti y tu gente.

Tu hijo mayor se acostará con moscas en los labios

   sin sonreír y sin mover un dedo.

Envidiarás a cada hormiga que encuentres en tu vida

   y hasta la maleza del camino.

Tu cuerpo y tu alma se sentarán en peldaños diferentes

   mascando el mismo trozo de chicle.

 

Muñeca, ¿estás en venta?, te dirá el Diablo.

El sepulturero comprará un juguete para tu nieto.

Tu mente será un avispero aun en tu

   lecho de muerte.

Le rogarás a Dios pero Dios colgará el cartel

   de no molesten.

No preguntes más, es todo cuanto sé.

 

 

LA ALARMA

 

Centenares de ventanas se llenas de rostros

por algo que ha sucedido en la calle,

algo que nadie sabe explicar,

porque no hubo ni camión de bomberos, ni un grito, ni

   un disparo.

Y sin embargo, aquí estaban todos.

Unos tapándoles los ojos a sus hijos,

otros asomándose y gritándole

a la gente de los alrededores

con la misma compostura y apariencia tranquila

de quienes pasean los domingos

en algún otro siglo, menos violento que el nuestro.

 

 

 

 

 

 

RECUERDOS DEL FUTURO

 

No hay uno ni dos asesinos en cualquier multitud.

Todavía ellos no sospechan su destino.

Las guerras comienzan para que les sea más fácil

asesinar a aquella mujer que empuja un carrito de bebé.

 

Los animales del zoológico no ocultan su preocupación.

Caminan a uno y otro lado de sus jaulas o se esconden de

   nosotros

escuchando algo que aún no podemos oír.

Los hacedores de ataúdes están golpeando los clavos por

   doquier.

 

Las fresas están ya de temporada

y también las cebollas de primavera y los rábanos.

Un joven compra rosas, otro conduce

una bicicleta entre el tráfico sin usar las manos.

 

Un viejo compatriota que se inclina sobre la acera para

   vomitar,

traslada a vuestra merced a su propio lugar de tormento.

El cielo en el ocaso está rojo como brasas candentes.

Una mano en la agarradera grasienta de una olla se cierne

   sobre todos nosotros

 

 

MIL NOVECIENTOS TREINTA Y OCHO

 

Fue el año en que los Nazis invadieron Viena,

Superman debutó en Action Comics,

Stalin mataba a sus camaradas revolucionarios,

abrieron la primera Dairy Queen en Kanakee, III,

mientras en la cuna yo me orinaba en los pañales.

 

“Seguro que fuiste un precioso bebé”, cantaba Bing Crosby.

Un piloto a quien los periódicos llamaron “El despistado

   Corringan”

despegó de Nueva York hacia California

y aterrizó en Irlanda, mientras yo veía a mi madre

sacarse el pecho de su bata azul y acercarse a mí.

 

En septiembre hubo un huracán que hizo que un teatro

en West Hampton Beach acabara en el mar.

La gente temía que fuera el fin del mundo.

Un pez que se creía extinguido desde hacía más de setenta

   millones de años

apareció en una red en la costa de Sudáfrica.

 

Yo estaba tumbado en mi cuna mientras los días eran cada

   vez más cortos y fríos,

y la primera nevada cayó de noche

silenciando las cosas en mi habitación.

Pienso que entonces me oí llorar por mucho, mucho tiempo.