lunes, 27 de julio de 2020

Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar

Autora: Wistawa Szymborska

Título: Saltaré sobre el fuego

Editorial: Nórdica

Año: 2018 (3ª edición)


 

 

   La estupenda colección de libros ilustrados de Nórdica incluye dos libros de la premio Nobel polaca: este que comento y otro de poemas inéditos de juventud, Canción negra. El primero de ellos reúne una selección de, en algunos casos, memorables poemas.  La propuesta de la autora se basa en la expresión de y en la reflexión sobre los grandes temas (como el tiempo, la guerra, la muerte, etc.) a partir de estampas que presentan los trascendente como cotidiano y reflexionan sobre ello como si fuese lo más anodino o vulgar o como si no fuese importante.  La expresión es también contenida, antipoética incluso, al modo, por ejemplo, de Gil de Biedma, deliberadamente coloquial.  No estamos ante una poesía en que quiera trabajarse el sonido o el ritmo, sino de textos construidos con lo que podríamos llamar la sentenciosidad de lo cotidiano, que, con frecuencia, se prolongan a lo largo de varias páginas y juegan con la longitud de los versos, aunque la tendencia sea al verso largo o muy largo.  Y su tono deja traslucir cierta ironía, un relativo buen humor, muy serio en el fondo. El resultado a menudo es sorprendente y conmovedor.  Aquí va un ramillete de poemas, en mi opinión, magistrales.


ELOGIO DE MI HERMANA

 

Mi hermana no escribe versos

y dudo que empiece de repente a escribir versos.

Lo sacó de mi madre, que no escribía versos,

y de mi padre, que tampoco escribía versos.

Bajo el techo de mi hermana me siento segura:

el marido de mi hermana por nada del mundo escribiría versos.

Y aunque esto suene a Adam Macedonski,

ninguno de mis parientes se dedica a hacer versos.

 

En los cajones de mi hermana no hay viejos versos,

ni poemas recién escritos en su bolso.

Y cuando mi hermana me invita a comer

sé que no es con la intención de leerme sus versos.

Sus sopas son exquisitas sin premeditación

y el café no se derrama sobre sus [manuscritos.

 

En muchas familias nadie escribe versos,

pero si lo hacen es raro que sea una sola persona.

A veces la poesía fluye en cascadas de generaciones,

creando peligrosos remolinos en sus mutuos sentimientos.

 

Mi hermana cultiva una buena prosa hablada,

y toda su escritura son postales de viajes

con textos que prometen lo mismo cada año:

que cuando vuelva,

me contará todo,

todo,

todo.

 

 

EL OCASO DEL SIGLO

 

Nuestro siglo XX iba a ser mejor que los anteriores.

Ya no podrá demostrarlo,

tiene los años contados,

titubeante el paso,

fatigada la respiración.

 

Ya han sucedido demasiadas cosas

que no debían haber pasado

y lo que tenía que pasar

no ha pasado.

 

Teníamos que avanzar, por ejemplo,

hacia la primavera y la felicidad.

 

El miedo tenía que dejar las montañas y los valles.

La verdad tenía que llegar a la meta

antes que la mentira.

 

Ciertas desgracias no iban

a suceder más:

por ejemplo, la guerra

y el hambre, y tantas otras.

 

Se iba a valorar

la indefensión de los indefensos,

la confianza y ese tipo de cuestiones.

 

Quien quisiera alegrarse del mundo

Se encuentra ahora

ante una misión imposible.

 

La estupidez no es graciosa.

La sabiduría no es alegre.

 

La esperanza

ya no es, por desgracia, esa muchacha joven, etcétera.

 

Dios iba al fina a creer en un hombre

bueno y fuerte,

pero el bueno y el fuerte

siguen siendo dos hombres diferentes.

 

Cómo vivir, me preguntó en una carta alguien

A quien yo tenía la intención de preguntarle lo mismo.

 

Una vez más y como siempre,

como se ve más arriba,

no hay preguntas más urgentes

que las preguntas ingenuas.

 

LA HABITACIÓN DEL SUICIDA

 

Seguramente creeréis que el cuarto estaba vacío.

Pues no. Había tres sillas con un sólido respaldo.

Una lámpara buena contra la oscuridad.

Un escritorio, en el escritorio una [cartera, periódicos.

Un buda despreocupado, un cristo pensativo.

Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.

¿Creéis que allí no estaban nuestras direcciones?

¿Creéis que no había libros, cuadros ni [discos?

Pues sí. Había una alegre trompeta en [unas manos negras.

Saskia con una flor cordial.

Alegría, divina chispa.

Odiseo sobre el estante durmiendo un [vivificante sueño

tras las fatigas del canto quinto.

Moralistas,

apellidos estampados con sílabas doradas

sobre lomos bellamente curtidos.

Los políticos justo al lado se mantenían [erguidos.

 

No parecía que de este cuarto no hubiera salida,

al menos por la puerta,

o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

 

Las gafas para ver de lejos estaban en el alféizar.

Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

 

Creéis que cuando menos la carta [aclaraba algo.

¿Y si os dijera que no había ninguna [carta?

Éramos tantos amigos y todos cupimos

en un sobre vacío apoyado en un vaso.

 

 

FIN Y PRINCIPIO

 

Después de cada guerra

alguien tiene que limpiar.

No se van a ordenar solas las cosas,

digo yo.

 

Alguien debe echar los escombros

a la cuneta

para que puedan pasar

los carros llenos de cadáveres.

 

Alguien debe meterse

entre el barro, las cenizas,

los muelles de los sofás,

las astillas de cristal

y los trapos sangrientos.

 

Alguien tiene que arrastrar una viga

para apuntalar un muro,

alguien poner un vidrio en la ventana

y la puerta en sus goznes.

 

Eso de fotogénico tiene poco

y requiere años.

Todas las cámaras se han ido ya

a otra guerra.

 

A reconstruir puentes

y estaciones de nuevo.

Las mangas quedarán hechas jirones

de tanto arremangarse.

 

Alguien con la escoba en las manos

recordará todavía cómo fue.

Alguien escuchará

asintiendo con la cabeza en su sitio.

Pero a su alrededor

empezará a haber algunos

a quienes les aburra.

 

Todavía habrá quien a veces

encuentre entre hierbajos

argumentos mordidos por la herrumbre,

y los lleve al montón de la basura.

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