miércoles, 28 de agosto de 2013

Crematorio

Autor: Rafael Chirbes
Título: Crematorio
Editorial: Anagrama
Año: 2007

   La publicación de la última novela de Rafael Chirbes, En la orilla (2013), me hizo recordar que aún tenía pendiente de leer la que es, según algunos críticos, la segunda mejor novela española en lo que llevamos de siglo. Y, desde luego, no deja indiferente, no es una obra banal que no aporte nada, sino todo lo contrario: sientes que tienes más peso, que has salido enriquecido como siempre que te enfrentas a una verdadera obra de arte, del tipo que sea, o a cualquier experiencia vital que merezca la pena.  El verbo "enfrentarse" está utilizado en su sentido literal y avisa de que la experiencia lectora -y creo que el acercamiento a cualquier tipo de arte- es, en mi opinión, una batalla entre el creador y el receptor de la creación en la que este debe poner mucho de sí y no simplemente dejarse llevar.  Esta lucha no se refiere únicamente a la hipotética dificultad de comprensión de lo leído, sino también -y mucho más en este caso- a la dureza del contenido, a saber que va a pasar por delante de nosotros un mundo inmisericorde que nos hará mirar al interior de nosotros mismos y a lo que nos rodea, y en ningún caso nos provocará una evasión u olvido.
   La novela comienza y termina con las reflexiones de Rubén, arquitecto pero sobre todo constructor y especulador inmobiliario, a propósito de su hermano Matías, que acaba de fallecer en un hospital al que Rubén trata de llegar pero se ve atrapado en un gran atasco.  Además de la narración en primera persona del hermano mayor, la novela recoge narraciones y reflexiones de otros miembros de la familia, amigos y compañeros de trabajo, aunque en estos casos sea casi siempre el narrador en tercera persona el que las filtra.  La historia que se va desgranando a través de esta visión múltiple nos muestra, en esencia, la peripecia de dos hermanos: el revolucionario y últimamente ecologista, que acaba de morir, y el hombre de éxito que con sus promociones inmobiliarias y negocios turbios ha cambiado su ciudad y se ha hecho inmensamente rico.  Entre ambos, aunque más próximo a Matías, está el escritor Federico, amigo de la infancia.
   Visto así podría parecer la enésima reproducción del tópico del bueno y el malo, el contemplativo y el activo, el espiritualista y el materialista.  Sin embargo, no es así.  Lo trascendente de la novela está en que traza de los principales personajes un retrato muy completo en el que sale a relucir todo lo bueno y lo malo de ellos y, finalmente, nos quedamos con que el autor nos quiere proponer una visión de la vida alejada de esquematismos y atenta a los matices.  Se verá con unos ejemplos: Rubén, constructor sin escrúpulos, no es un vulgar negociante, sino alguien que cultiva su sensibilidad con la música, la literatura y el arte, algo explicable por su condición de arquitecto.  También es alguien a quien le amputaron parte de la infancia debido al carácter intransigente y frío de la madre.  Sus antagonistas, Matías y Federico, son idealistas, literatos, artistas, pero también, sobre todo el primero, actúan a su conveniencia y capricho y se desentienden de aquello que no les interesa, aunque afecte a la familia.  Otro personaje con mucho peso en la novela es Silvia, la hija de Rubén, provista de una ideología progresista aprendida en su tío, pero que no le hace ascos al disfrute de una vida lujosa que solo su padre le puede proporcionar.
   La novela tiene muchísimos elementos de análisis, pero voy a quedarme con dos cuestiones para finalizar: una, ya insinuada, es que, en mi opinión, siendo una crítica contundente de la especulación inmobiliaria y del capitalismo salvaje que devora la naturaleza y el paisaje, es también una visión desengañada del sueño del 68 y de la posibilidad de una sociedad distinta.  La otra cuestión es más particular; interesará seguramente solo a los que se muevan en el ámbito de la creación y la crítica: se trata de que la obra toca también el tema de las relaciones entre críticos y creadores; define muy bien el papel de ambos, pero, visto desde la perspectiva de Rubén, considera a la crítica como un estado frustrado de la creación.
   En suma, 400 páginas de gran literatura que produce en el lector los efectos que siempre se esperan de una obra de arte. Su título, que alude al horno donde van a incinerar al fallecido, bien puede ser una metáfora de la novela toda, que actúa como un crematorio donde incinerar una sociedad entera que también está, igual que el cuerpo de Matías, aquejada de múltiples corrupciones  En el siguiente enlace se puede leer una entrevista con el autor:







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