jueves, 16 de julio de 2015

Los brujos de las luciérnagas


Autor: Miguel Ángel Asturias
Título:  Hombres de maíz
Editorial: Alianza
Año: 2008  



   Se trata de una novela que por su temática pudiéramos llamar indigenista, pero que no lo es por su técnica y ambición.  Cuenta, en esencia, la vida de varios campesinos y personas humildes en general –de raza no blanca: mestizos, zambos, etc.- en diferentes aldeas y lugares surales de un país que se supone Guatemala.
   Es una novela, pero su estructura está formada por varios relatos superpuestos, protagonizados cada uno por un personaje, que, además, interviene en otros capítulos.  Se consigue así tejer una especie de tela de araña que primero da la sensación de algo deshilvanado, pero que adquiere una enorme coherencia al final.
   El tema de la obra viene a ser las costumbres de esa civilización primitiva en materia de amor, trabajo  y defensa de la tierra, pero destaca por encima de todo la expresión, por medios lingüísticos cercanos a la prosa poética, de un ideal de vida auténtico y muy entroncado con el espacio.  Podemos conmovernos con los problemas  de los hombres abandonados por sus mujeres, las “tecunas”, a las que no dejan de buscar hasta encontrarlas.  Nos indignamos contra la explotación capitalista que destruye la tierra para cultivar maíz en cantidades industriales.  Y nos sorprendemos con la complejidad y riqueza del mundo sobrenatural –creencias, tradiciones, supersticiones- de los personajes que pueblan la novela.  El amor, la muerte, la traición, la fidelidad, la lucha contra la opresión y, en definitiva, la vida cotidiana de una comunidad distinta y distante de la nuestra.  Eso es lo que el libro nos ofrece y, por ello, su interés antropológico es grande.
   Con todo, eso no justifica una obra literaria; eso no es de por sí literatura si no va acompañado de una estructura –ya se ha comentado- y de un estilo personal y poderoso.  Esta obra es, quizás, la que más cuida el aspecto estético de todas las que he leído pertenecientes a la literatura hispanoamericana.  Y eso es mucho decir porque gran parte de la novelística de América cuida el lenguaje y el estilo al máximo.  Ya pude observar, en su día, una originalidad –vanguardista, podríamos decir- en el manejo de la técnica narrativa y el estilo en El señor presidente.  En este caso se vuelve a comprobar, aunque sea un texto muy diferente.  Diré rápidamente por qué:
   -En primer lugar, hay que destacar la riqueza del lenguaje, lleno de un vocabulario indigenista de gran interés y coherencia con la materia narrada.
   -En segundo lugar –y más importante-, estamos ante un estilo que se basa en una construcción sintáctica con un ritmo propio –musical, pero sencillo, cercano a la lengua coloquial y al relato oral- y en un uso abundantísimo de las metáforas que a veces se acercan a la imagen visionaria surrealista –no hay más que ver todo lo relacionado con los “brujos de las luciérnagas”-.
   Participa, en definitiva, este libro de lo que Carpentier llamaba “lo real maravilloso”, aunque no tanto por la inmensidad y la maravilla del mundo físico, sino más bien por el solapamiento y confusión del mundo real y el imaginario –realismo mágico de García Márquez- y por la altísima poesía del lenguaje.  En este sentido, como otros libros del propio Carpentier o de Rulfo, pertenece a esa etapa de superación del indigenismo y del regionalismo y de preparación para lo que luego sería el “boom” de la novela hispanoamericana.



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