martes, 21 de julio de 2015

Los vampiros y la literatura de evasión



Autor: Bram Stoker
Título: Drácula
Editorial: Anaya
Año: 2002

 
   Todo el mundo conoce o ha oído hablar alguna vez o ha visto películas en torno al mundo de los vampiros –esos supuestos inmortales que, pese a serlo, necesitan alimentarse de sangre para seguir siendo inmortales o “no muertos”.  Ya no es tan seguro que que mucha gente haya leído la novela vampírica por excelencia: Drácula, de Bram Stoker.
   Ocurre con frecuencia que los libros crean o refuerzan mitos, creencias o tradiciones  del pueblo y luego el mito supera con mucho en popularidad a la obra de la que nació, de tal manera que todo el mundo lo conoce, aunque ignore la fuente literaria en que se basa.  Ejemplos ilustres tenemos en la literatura española con los mitos de don Quijote y Celestina (quizá no tanto el de don Juan por la gran popularidad del Tenorio de Zorrilla).
   Leí hace unos meses el libro que comento por motivos escolares y me pareció excelente.  Solo le reprocharía, sin demasiado convencimiento, lo excesivo de algunas descripciones, las demasiadas repeticiones y recurrencias y cierta artificiosidad en los diálogos (o en lo que se supone que son las palabras textuales de los personajes, problemas todos ellos que dificultan un tanto su lectura escolar en Secundaria.  Digo que hago estos reproches sin demasiado convencimiento porque la reproducción magnetofónica de la realidad es solo una propuesta estética entre otras posibles.  También porque está claro que el autor quiso hacer –e hizo, de hecho- una obra donde el lenguaje está cuidado hasta el último detalle y suena musical, poético, agradable.
   Por otra parte, las recurrencias y reiteraciones son achacables también a lo mismo: a un novelista que ha tejido una trama, pero que la construye con técnicas poéticas, que piensa y escribe como un poeta –y muchas veces, en las descripciones del personaje y del espacio, como un pintor-.
   Dicho todo ello, citaré solo por encima algunos aspectos que me parecen singularmente interesantes, sugerentes o evocadores, más allá de todo lo relativo a los vampiros, que, de tan conocido, resulta menos interesante en mi opinión.
   En primer lugar, Drácula es una obra que representa como pocas el gran debate intelectual de fines del siglo XIX: la ciencia frente a la religión, la superstición o la creencia; la razón frente al sentimiento;la impecable claridad racional frente al mundo oscuro del subconsciente y los instintos.  Por estos años, como es sabido, se va perdiendo la confianza en la razón como motor del progreso social y se van colocando en primer término los aspectos más oscuros y escondidos del ser humano, lo que dará lugar a los movimientos irracionalistas y existencialistas del siglo XX.  En Drácula es significativo que esa lucha esté encarnada pobre todo por un médico: el científico racionalista no encuentra en su ciencia instrumentos para vencer al mal y tiene que recurrir a las técnicas del brujo de la tribu (no obstante, hay que decir que, aunque esto sea así, Van Halen y sus amigos sistematizan y racionalizan lo irracional, como ahora veremos).
   En segundo lugar, destacaría el acierto pleno en la construcción del personaje de Drácula: su descripción roza la perfección cuando el objetivo es infundir pavor, pero, al no estar dotado de voz propia, genera el autor –no sé si a pesar suyo- una corriente de simpatía hacia el vampiro.  Y, por último, a propósito aún de Drácula, me parece destacable la manera como Stoker logra crear un clima especial cuando aquel se convierte en “niebla” (ocurre en el castillo, en el manicomio y luego en el barco).  El resultado son pasajes de enorme fuerza poética y plástica que, al mismo tiempo, provocan miedo en el lector y cumplen, por tanto, la principal función de la literatura, que es conmover e “incomodar” a quien lee.
   En tercer lugar , hay que citar el asunto del erotismo.  El cineasta Coppola, en su versión de la novela, vio perfectamente y magnificó este hecho.  Lo cierto es que la novela destila sutil erotismo (el más evidente es el de las mujeres vampiro y la propia Lucy, cuando trata de seducir a su novio, pero erótica es también la relación de Drácula con ella y Mina, en particular el episodio del intercambio mutuo de sangre).
   En último lugar quisiera subrayar la importancia que tiene, en varios sentidos, la técnica narrativa escogida: los diarios de varios personajes, así como cartas y otros documentos menos importantes.  Es obvio que con ello se pretende proponer un punto de vista múltiple (complementario) en torno a los hechos narrados, fuera de la seguridad y suficiencia del narrador omnisciente, pero también de esta manera hay una mayor identificación entre el lector y los autores de los diarios.  El narrador omnisciente nos podría dar la misma información, e incluso más, si bien nunca lograría que el lector experimentase ese grado de intimidad.
   Hay todavía una tercera consecuencia del método narrativo escogido, que, en este caso, no tiene resultados externos –de cara al lector-, sino internos –a propósito de la propia trama-.  Me refiero a que los diarios y cartas no son solo una técnica narrativa utilizada por el autor, sino un método de trabajo empleado por los personajes para obtener sus objetivos; es una técnica que opera, pues, en varios niveles: el del autor y el de los personajes, externo e interno.
   ¿Por qué es un método de los personajes?  Porque ellos, que se proponen destruir a Drácula, tienen primero que conocerlo, deben recopilar información sobre él, ordenarla y sistematizarla.  Solo después de eso se puede pasar a la acción y culminarla con éxito.  Es así, pues, cómo, acertadamente, un recurso o un elemento de la novela opera, al mismo tiempo, en los planos real y ficticio.  Por ello, se comprueba su enorme ventaja frente a la narración tradicional en tercera persona (no hay que olvidar que Drácula, como se dijo antes, es obra representativa de su tiempo, y todos sabemos cuál es la diferencia en el ámbito narratológico entre una obra del XIX y una del XX).
   En definitiva, creo que este libro cumple la principal función de la literatura: conmover, asombrar. asustar al lector.  Y, al mismo tiempo, podríamos hacer con él un debate ideológico y estético de altura (y todo ello sin mencionar el carácter tradicional y legendario de su personaje).  Por ello, debería pasar a formar parte de la alta literatura y dejar ese espacio marginal que ocupa como literatura de evasión.















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